La oratoria martiana

Publicado en por José Martí

Desde que luego de su arresto por la carta escrita a Carlos de Castro y de Castro fuera sometido a juicio y condenado a seis años de trabajos forzados en presidio, por haber dicho ante sus parcializados jueces mucho más de lo que la mencionada misiva contenía; luego de haber manifestado ante el capitán general de la isla, después del Zanjón y en ocasión de su regreso desde el destierro, palabras que llevaron a este personaje a expresar: «Martí es un loco, sí; pero un loco peligroso», no cabe duda de la profunda impresión que sus palabras causaban, incluso, a sus enemigos. Similar impresión causaban sus discursos patrióticos, en los que su vibrante y arrebatadora palabra se convertía en trinchera de combate. La oratoria martiana se caracterizó por la fuerza de sus ideas y la belleza, casi lírica, de su expresión. Él mismo manifestó en cierta ocasión: «Las palabras deshonran cuando no llevan detrás un corazón limpio y entero. Las palabras están de más cuando no fundan, cuando no esclarecen, cuando no traen, cuando no añaden...».1 Dos de sus más acabadas y conocidas piezas oratorias, «Con todos y para el bien de todos» y «Los pinos nuevos» dan fe de ello. El primero es, por encima de cualquier otra cosa, un llamado a la unidad de todos: veteranos y novatos, blancos y negros, ricos y pobres, españoles y criollos; y una exhortación a la guerra necesaria —que debería subsanar los errores que llevaron al traste la anterior contienda— y para construir una república con todos y para el bien de todos: ¡Es el sueño mío, es el sueño de todos; las palmas son novias que esperan: y hemos de poner la justicia tan alta como las palmas! A la guerra de arranque, que cayó en el desorden, ha de suceder, por insistencia de los males públicos, la guerra de la necesidad, que vendría floja y sin probabilidad de vencer, si no le diese su pujanza aquel amor inteligente y fuerte del derecho por donde las almas más ansiosas de él recogen de la sepultura el pabellón que dejaron caer, cansados del primer esfuerzo, los menos necesitados de justicia. Su derecho de hombres es lo que buscan los cubanos en su independencia; y la independencia se ha de buscar con alma entera de hombre [...] ¡Ahora a formar filas! ¡Con esperar, allá en lo hondo del alma, no se fundan pueblos! [...] 2 El segundo discurso alude a todos los cubanos que, olvidados de odios inútiles y unidos, se aprestaban a entregar sus vidas a la causa de la independencia patria: Cantemos hoy, ante la tumba inolvidable, el himno de la vida [...] Rompió de pronto el sol sobre un claro del bosque, y allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la yerba amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos: ¡Eso somos nosotros: pinos nuevos! 3 Todo en su palabra viril estaba pensado para llamar a la lucha por la independencia. De ahí su profunda admiración por el ser humano y el profundo pensador que fue Bolívar, el «Libertador», y su evidente intención de trasmitir esos ideales plenamente compartidos y ese amor a todos los que le escucharan: En calma no se puede hablar de aquel que no vivió jamás en ella; ¡de Bolívar se puede hablar con una montaña por tribuna, o entre relámpagos y rayos; o con un manojo de pueblos libres en el puño y la tiranía descabezada a los pies! 4 No cabe duda de que mientras esa arrogante locomotora tiraba del carro de la Revolución cubana estuvieron muy claros los objetivos y las ideas que delineaban su pensamiento militar, y su palabra fue acicate y estímulo, exhortación y combate. Su muerte en combate por la independencia patria el 19 de mayo de 1895 retardaría el logro de esos objetivos que, en realidad, no fueron alcanzados hasta la obtención de nuestra segunda y definitiva independencia el 1ro de enero de 1959.
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